viernes, 25 de julio de 2008

El PISHTACO Y LA NANA


Hace muchísimos años cuando yo era todavía una niñita, antes de tener uso de razón y mi hermano Andrés tenía 3 años menos que yo teníamos en casa una nana llamada Adriana. Esta nana que de ahora en adelante la llamaré la nana era oriunda de nuestro ande, para ser más precisos de Apurímac, era robusta, alta (al menos esa impresión nos daba ya que nosotros éramos muy pequeños todavía), guapa, muy vivaracha, muy cariñosa, analfabeta por culpa de su padre, que nunca quiso que fuera al colegio para que no aprendiera ni a leer ni a escribir, ya que según él eso le daba la oportunidad a su hija de estarse carteando con sus galanes, eso sí, sabía sumar, restar, multiplicar y dividir como nadie. Cuando mis padres salían a pasear los sábados con amigos en la noche nos quedábamos a cuidado de ella. La nana ponía el radio a todo volumen, una estación de música folklórica y bailaba huaynos como nadie, también cantaba pero no le entendíamos naaada ya que lo hacía en quechua su lengua materna, incluso la hemos visto cantar llorando. A veces aprovechaba y hacía llamadas telefónicas muy coquetas al chofer de los vecinos de enfrente, que siempre le echaba un ojito. No prendía la televisión en blanco y negro ya que en esa época habían sólo dos canales que a las 10 de la noche salían del aire. Ese único día nosotros aprovechábamos para irnos a dormir más tarde, pero como yo siempre he sido insomne le pedía a la nana que nos contara una de sus historias de pishtacos, que las narraba tan bien que yo no podía luego pegar el ojo hasta la madrugada que llegaban mis papás. Andrés si dormía al toque, no tenía ningún problema para dormir, hasta el día de hoy. El Pishtaco era un personaje malvado que tenía aspecto de un hombre blanco, barbudo, y horrendo. Asaltaba a la gente que se le cruzaba por el camino, degollándola, para luego comérsela. Su afición principal era buscar niños (una especie de drácula andina), niños que se portaban mal, que no hacían sus tareas y que se acostaban tarde (que tal indirecta más directa la de la nana), que no querían tomar su sopa, se los comía vivos, pero antes se los llevaba a su covacha (choza) y los amarraba, calentaba su olla, era un caníbal con pinta de pirata nórdico. La nana contaba el cuento en una forma tan realista que podría haber trabajado muy bien en el teatro. La verdad es que nosotros creíamos todo, a pesar de que el Pishtaco vivía lejos (en la sierra) nos decía que acá en la costa tenía también una vieja casa que estaba a medio camino entre Lima y el primer puerto del país El Callao. En esa época era un camino descampado, hoy está todo urbanizado. Efectivamente, a veces los días domingos que salíamos a pasear en las tardes con papi y mami íbamos al Callao a ver los barcos que llegaban desde tierras muy lejanas, a mis hermanos y a mi papá les encantaba, a mami y a mí no tanto, y por el camino había una casa solitaria muy vieja rodeada de terrales, en ese sitio no había nada verde, era la casa de Pishtaco, decía papi.
Hoy en día los niños ya no son tan inocentes como antes que creíamos todo lo que nos contaban. Se ha perdido mucho ese encanto de contar y escuchar cuentos o leyendas, pero a cambio hay que reconocer que en la época actual se vive más cerca de la realidad y hay más comunicación con los padres y mayores. Adriana se casó con su novio pegalón, tuvo hijos, desapareció como 20 años, ninguna llamada, nunca dejó teléfono, ni dirección, hasta que un día apareció de sorpresa en la casa, fue como mandada por Dios ya que se estaba pasando por un momento algo difícil de salud, se quedó como un mes con nosotros, justo el tiempo que se le necesitó y nos atendió muy bien. Nuevamente desapareció sin avisar hasta el día de hoy, nunca llamó ni para preguntar como seguíamos de salud, fue ingrata otra vez. Viva está, ya que alguien que conocemos la vió un día en el centro de Lima vendiendo frutas en un puesto en el Mercado Central, le pasó la voz, y sólo le dijo hola y se hizo la que no se acordaba de esa persona.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Que maravilla de castillo . Hola Lia, feliz finde. Te esperan dos premios en mis crónicas. Besos.

Carlota dijo...

Me gustó mucho tu historia, aunque no me extraña que tu insomnio se acentuara tras oir tales historias de la nana ;). Y lo de ingrata... bueno, quédate mejor con los buenos momentos, creo yo. Un beso, Lia.

anette b. dijo...

que lindo relato, me imagino el susto que te habras pegado con esas historias! besos, anto!!!

palica dijo...

De niña a nosotras nos contaban los de mano negra que eran más o menos parecidas a las de Pishtaco.
La niñera que teníamos en ese tiempo un día se fue con el novio y jamás volvió, pero cosas de la vida y del círculo humano la señora que viene desde hace unos meses a planchar la ropa es hermana de esa niñera y me puso al tanto de su vida y me imagino que ella se la puso a ella de la mía, jajajajaja.